Columna: Touché!
Por:
José Antonio Alvear
Corren
los días de la Feria del Libro en León (FENAL, 2014). Todos buscan que el agua
llegue a su molino: los editores que venden textos, los talleristas que se
afanan por entretener culturalmente a su auditorio, los teatreros que luchan
contra el infernal ruido en el patio de los cuentos; los maestros que en fin,
buscan lo que todos: que se suba una ralla los índices de lectura en México
(2.8 libros al año, y lo dudo). En medio de tantas voluntades, la FENAL es una
fiesta con buenas intenciones.
Incrementar
el nivel de lectura es una cosa. Incrementar el nivel de lectura de calidad es
otra. De un tiempo a la fecha, los grupos defensores de la lectura se han
incrementado tanto en número como en beligerancia. Una nueva moral del buen
lector ronda sobre nuestras cabezas. La apuesta es loable, pero insisto en que
leer por leer, no es suficiente. Muchos lo saben y según cada cual, buscan
maneras de recomendar textos, autores y tendencias. Nos hemos hecho expertos en
recomendar libros, pero no en leerlos.
Hay quienes efectivamente no pasan de la recomendación y quedan
atrapados en la pose. Los hay que juran (porque está de moda), haber leído
detenidamente a Murakami y ponen cara de circunstancia cuando se trata de lucir
sus letras. Lo que no especifican con detalle es que leyeron, detenidamente y
muy a penas: Mu-ra-ka-mi. Es un nombre que no es tan fácil de leer a la
primera.
Congresos,
técnicas y recomendaciones varias hay en abundancia respecto a cómo motivar la
lectura. Pero desde hace un tiempo a la fecha
(cuando la fatalidad convirtió en moda que los autores se murieran uno
tras otro), he notado que la motivación para leer a dichos personajes resulta
incrementada. No me mal interprete: no sugiero que si alguien quiere ser leído,
se suicide para alcanzar por fin un renombre y venda ese libro que en vida el
mercado le negó. Me refiero en cambio, a que la muerte de un autor hace voltear
la mirada hacia su obra, pero también hacia su vida y el compromiso que tuvo
con ella, cualquiera que este fuera.
Y
entonces nos encontramos con excelentes escritores que en vida no leímos, y que
por el encanto de su trayectoria resultan doblemente interesantes. En otras
palabas, digo que la mejor manera de que un autor ayude a la motivación de la lectura de su obra, es ser un agente
activo en su entorno.
Hasta
que murió Carlos Motemayor (2010), fue cuando muchos descubrieron su gran
activismo en defensa de las culturas indígenas. Y se leyó más. Cuando falleció Mosivais
(2010), que ya de por sí era famoso por su militancia social, se incrementaron
sus lectores. Más allá de este tiempo y este terruño, muchos encontraron en la
lectura de Albert Camus (1960), a un luchador de la libertad que había dado su
vida a ello. Ahora que el aniversario de la muerte de Paz (2014) está recién celebrada,
se ha renovado no sólo su lectura, sino su papel crítico en diversos momentos
de la historia nacional y mundial.
Ahora
que los pasillos de la FENAL están concurridos y revoloteando, la apuesta de
quien trae unos pesos para invertirlos (esa debe ser la palabra) en un libro,
debiera preguntarse también cuál es el valor de su autor. Quizás para los
puristas de la literatura esto suene demasiado y pugnen por que una cosa son
las letras y otra muy distinta, el corazón y el compromiso social de quien las
ha creado. Para mí, que no soy purista ni conmigo mismo, creo que una cosa
lleva a la otra. Desde luego que hay autores que son excelentes personas y
hasta simpáticos, y eso no garantizan que escriban bien. Pero ¿qué pasaría si
la calidad de vida y calidad literaria se reunieran? El resultado es un
escritor cabal, y un bello libro escrito con la honestidad por delante. En fin,
a leer, que sólo hay dos ojos.
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